La vida es ese guión que aparece en la lápida, entre la fecha de nacimiento y la de la muerte. Al final las cuentas siempre cuadran y el balance positivo de nacimientos tiene que terminar cerrando a cero con el de los que han pasado a criar malvas. Por más que nos empeñemos en ocultarle a la señora de la guadaña las arrugas y otros signos que el tiempo va depositando en nuestro cuerpo con cada vez mayor ahínco, al final la lápida hay que cerrarla con todos los datos. El funcionario del cementerio no admite olvido ni corrección alguna. Podemos intentar ocultarnos a su vista, correr a los gimnasios, a las clínicas de adelgazamiento o a las de antiedad (como si se pudieran perder años como se pierden kilos), pero debemos convencernos de que además del dinero y el tiempo no perderemos ni un solo vagón del tren que se dirige hacia el final.
En esto, las religiones son como los bancos: te conceden hipotecas a muy largo plazo y te prometen la vida eterna a un interés variable. Claro que las claúsulas son temibles, porque practicamente te impiden hacer todo lo poco que de placentero tiene la vida.En fin, que quizás lo mejor sea tomarse la cosa cada vez menos en serio, empezando por uno mismo, aunque el guión te salga movido por la risa.
Odyseo.
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